
El hecho de entrar en la sala oscura quizá tenga algo de
reminiscencia infantil: queremos ver y escuchar una historia bien contada, como cuando éramos niños y nos contaban un bello cuento.
Los 165 minutos de esta aventura épica se hacen interminables, sin embargo, considero que es en la segunda parte donde los personajes realmente se definen y consiguen engancharnos. Calificada como "drama, cine de aventuras, bélico o romance" la película narra las peripecias y evolución personal de una bella aristócrata inglesa (Lady Sarah Ashley/ Nicole Kidman) que viaja a Darwin para averiguar qué retiene a su marido en aquellas lejanas tierras, en los años que preceden a la Segunda Guerra Mundial. A partir de ahí, se suceden una serie de hechos previsibles, entre hermosos paisajes y alardes de cámara (desquiciantes zooms del comienzo) y un flash- back necesario. Es una voz infantil (contrapunto de inocencia) la que narra la historia (el pequeño mestizo Nullah, interpretado por Brandon Walters. No nos sorprende el enamoramiento del tosco Drover (Hugh Jackman)y Sarah, la victoria sobre el explotador, el despertar del instinto maternal de ésta ni el final.
El director y guionista ha pretendido hacer un homenaje a su tierra natal que ha resultado en exceso preciosista y recargado. Salvo los increíbles planos de la estampida, los intentos de expresar diferentes estados de la protagonista, los colores del paisaje australiano y el planteamiento de los problemas de una sociedad interracial segregada. No es comparable, como se ha dicho, con
Memorias de África, a pesar de que defiende valores como el esfuerzo, el cariño y la honradez. Ni Kidman es Meryl, ni Hugh es Redford, ni la música es la misma ni el profundo retrato psicológico y social de
Memorias aparece en ésta.
Una película para pasar el rato.
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