
Vino un poeta. Habló y se fue. De su rastro, comparto el poema de Jorge Guillén que recitó, mientras observaba el agua de su copa, en un Parador del siglo XV, en una ciudad del Sur:
"Vaso de agua"
No es mi sed, no son mis labios
quienes se placen en esa
frescura, ni con resabios
de museo se embelesa
mi visión de tal aplomo:
líquido volumen como
cristal que fuese aun más terso.
Vista y fe son a la vez
quienes te ven, sencillez
última del universo.
Vino un poeta y nos habló. Era un ser venido de muchos siglos atrás, de la Antigüedad CLásica, anacrónico y posmoderno, se mostró democrático, sereno, sensato.
Prefiero a los poetas en sus versos. Vivos y muertos a la vez. Anacrónicos. Vino un poeta y su rastro siempre se agradece, la posibilidad de ver el mundo desde otro ángulo. Los poetas no están en el mundo, están en su mundo. Como sus lectores.
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